Saquen la bola de cristal para los cambios en el gabinete; También habría cambios en el Ayuntamiento de Oaxaca; y El regreso de enfermedades y plagas, por la corrupción y el desvío de recursos
COLUMNA
+ Saquen la bola de cristal para los cambios en el gabinete: ¿se van Karime Unda, Edith Santibáñez, Luz Alejandra Hernández, Karina Barón… y más?
+ También habría cambios en el Ayuntamiento de Oaxaca, ese ‘elefante echado’ que sólo les sirve para tomarse fotos.
+ El regreso de enfermedades y plagas, por la corrupción y el desvío de recursos a programas clientelares y elefantes blancos.
PRIMER TIEMPO
Después del anuncio sobre los cambios en la administración estatal para refrescar una primavera que huele a flor de muerto, comenzó el inacabado juego de pronosticar los cambios, pues no dieron muchas luces.
Vea usted, para estar en sintonía con los futurólogos que tienen una bola de cristal o con l@s ya conocid@s vocer@s de algunos funcionarios, esta columna chapulinera se sumará a la predicción, para ver si alguna es chicle y pega, qué tal si acertamos como Mony Vidente.
Pues aquí va.
Nos dicen en radio pasillo del Palacio que Karime Unda Harp, secretaria del Medio Ambiente, está en la lista de las funcionarias inútiles, ya nadie la soporta en cuanto a su modo feo que tiene la señora, que además de que se siente con apellido de abolengo, resulta que no ha rendido tanto en la evaluación como debiera. Está en el estira y afloja, hasta ahora no quieren cortarle la cabeza porque dicen que se entenderá como la ruptura total con la familia Harp, quienes están muy contentitos porque hasta estadio nuevo van a tener, así que no tendrían porqué pichicatearle un cambio de estos. Ya lo sabremos.
Si los duendes de Palacio no le mueven las tarjetas al góber, este lunes 19 de mayo estaremos sabiendo quiénes van a incrustarse en el presupuesto estatal durante los próximos años
Y es que algo es seguro, que esta vez sí habrá cambios de secretarías, y ya encarrerado, se irá con la hoz para los de abajo.
Otra que está en el cadalso es Edith Santibáñez Bohórquez, secretaria del Trabajo y funcionaria por obra y gracia del secretario de Gobierno, Jesús Romero. Pero resulta que la señora cree que sigue siendo abogada litigante de asuntos agrarios y ha metido en más de un problema al gobernador, tanto que la denunciaron recientemente por entrometerse en un asunto de la Costa que seguirá haciendo ruido si no le ponen un freno. Además que no ha aportado mucho a esa autodenominada cuarta transformación, así que puede ser uno de los cambios.
La senadora Laura Estrada Mauro, aquella mujer que siempre tiene cara de angustia, quedó totalmente desplazada, ya que, aseguran, su sobrina Luz Alejandra Hernández Rojas saldrá de patitas. La tehuana Vilma Martínez Cortés, secretaria de Bienestar, se quedará con sus vampiros. Digo, la señora hizo una reconfiguración y afianzada, sólo se quedará con una subsecretaria que roba suspiros en el gabinete.
Aseguran que quien pagará el plato roto de la ineficiencia en materia de seguridad, es Karina Barón Ortiz, secretaria Ejecutiva del Sistema Estatal de Seguridad Pública, quien también ya tendría la renuncia lista para el 30 de mayo. Dicen que ni la debe, pero es quien está en la mira para hablar de cambios en esa área que tendría mejores resultados si extirparan de raíz los espacios que no han visto pero conservan anteriores secretarios.
Deshojan la margarita para saber si nombrarán de nuevo a un jefe de Gabinete, aunque el nombre que suena lo han llevado y traído como tanga de teibolera, y ya no quiere más nombramientos sin oficina. Estamos hablando de José Antonio Estefan Garfias quien, en una de esas, sí se le hace llegar a una secretaría. Al hombre lo tienen como fantasma en pena, porque no le asignan ni una silla digna para sus actividades. A ver qué pasa.
Dicen que en las dependencias donde habrá cambios de los segundos mandos es en las secretarías de Infraestructura, en Finanzas y en Administración, al igual que en Bienestar.
Intacta seguirá la Consejería Jurídica, Agricultura, Turismo, Desarrollo Económico y la Secretaría de Gobierno, pero no descarte nada de última hora.
Después seguirán con el gabinete ampliado y con áreas que desde el inicio de la administración están totalmente detenidas. Bueno, tampoco espere tantas sorpresas, pero ya nos enteraremos.
SEGUNDO TIEMPO
También en el Ayuntamiento de la ciudad de Oaxaca anunciaron algunos cambios, no podía quedarse atrás. Pero de los cambios no será ninguno relevante.
Este ayuntamiento de Oaxaca de Juárez es un elefante echado, nada se mueve. No avanza, ni hace nada, han pasado los meses totalmente inoperantes. Para lo único que han salido buenos es para cobrar, todo. Ya casi las fotos con el presidente las cobran, pero bueno, hay un consenso.
Y es que la muy mala actitud de una señora llamada María del Carmen Canchola Quintana, que nadie sabe de dónde salió, ha unificado a tirios y troyanos. Resulta que nadie la quiere ya en el Instituto Municipal de la Mujer, un organismo por demás inexistente.
Nos platican que a la doñita le gusta traerse a su familia, proveniente de Tlaxcala, a pasarse un fin de semana y el otro también, a costa del erario municipal. De ser cierto, totalmente fuera de lugar con sus gastos inútiles con el discurso de austeridad.
Lo peor es que mientras la tal Canchola se da la vida de diva, a las mujeres en la ciudad de Oaxaca no les da ni un cafecito con pan. El albergue para las mujeres en situación de violencia se cerró, canceló el apoyo psicológico y no sólo eso, es una de las que corrió al poco personal que se tenía en esa área.
Tan empoderada la mujer, que ha bateado hasta los mismos regidores de Morena que le piden favores y para nada los pela. ¿Quién es y de dónde salió? Se preguntan, porque a pesar de la ineficiencia, la sostienen, aunque ya más de uno le dio las quejas al inútil presidente municipal, a ver si ahora sí hace algo.
TERCER TIEMPO
La corrupción es el verdadero gusano barrenador, escribe Ariel González Jiménez en su colaboración de esta semana para El Universal.
“Hay un indicador que revela toda la gravedad de lo que se está viviendo: el regreso de enfermedades y plagas que hacía años habíamos abatido o dejado atrás”, señala el también economista y periodista.
“Seriamente nadie puede decir que Morena y sus aliados hayan inventado la corrupción o la connivencia con el crimen organizado; ya existía, evidentemente, pero –y eso es lo que se ha demostrado en estos años– nunca llegó a los niveles actuales, donde todo lo que pasa por las manos del gobierno en materia de gasto se halla, para empezar, detrás de un grueso velo donde en todo caso sólo el gobierno puede revisarse a sí mismo (algo que, cuando sucede, nunca desde luego tiene mayores consecuencias).
“Tener las manos libres y anulada la rendición de cuentas es el soporte esencial de un sistema corrupto que no parece conocer límites. Y en medio de este quebranto generalizado, incuantificable casi siempre, las cosas a cargo del gobierno, la infraestructura, los servicios, están quedando comprometidos incluso en su funcionamiento más básico.
“Es decir, las infraestructuras, los servicios públicos, los organismos y programas estatales no relacionados con el ‘bienestar’, están colapsando directamente o viven una auténtica decadencia. Las líneas del Metro, como la 1, quedan cerradas durante años porque no se les dio mantenimiento; los hospitales no cuentan con aparatos de diagnóstico, instrumental, medicamentos, a veces ni siquiera tienen vendas o alcohol; muchas escuelas y oficinas se caen a pedazos, y los organismos que regulaban diversos asuntos se vienen abajo o incumplen su propósito por falta de presupuesto.
“La austeridad que padecen, por cierto, es otra forma de corrupción con tinte más político, porque lo que está sucediendo es que además de disponer de los recursos para sostener sus ‘franciscanos’ modus vivendi (multitud de propiedades, negocios, viajes, lujos, ellos, ‘luchadores sociales’ que hace unos años declaraban no tener nada) se desvían enormes recursos –originalmente destinados a otras áreas– para el mantenimiento de los programas sociales - clientelares del gobierno morenista o su proyecto partidista, que es lo mismo.
“Su deterioro nos es cobrado a todos –sobre todo a los más pobres– de distintas formas, pero hay una que revela toda la gravedad de lo que se está viviendo: el regreso de enfermedades y plagas que hacía años habíamos abatido o dejado atrás. Aquí les dejo unos ejemplos perfectamente documentados:
“Debido a que la vacunación infantil sufrió el sexenio anterior una caída sin precedentes, llevamos unos 50 bebés fallecidos por tosferina. De acuerdo con una nota de Animal Político (12 de mayo, 2025) ‘a partir de 2022, el presupuesto ejercido por el programa de vacunación disminuyó paulatinamente. En 2021, se gastaron 8 millones 677 mil pesos en este programa, lo cual representa el mayor monto ejercido en los últimos siete años. Sin embargo, el gasto cayó a 4 millones 723 mil pesos en 2024, de acuerdo con datos de la Cuenta Pública’.
“Algo semejante ocurre con el sarampión, del que ya no sabíamos nada: a comienzos de mayo había más de mil casos confirmados en 13 estados del país, la cifra más elevada desde desde 2008. Es decir, también el esquema de vacunación de los niños resultó afectado por esa lógica de quitarle recursos a todo, incluso lo prioritario, para sostener los programas sociales (que incluyen por lo visto los ‘pequeños’ lujos de la casta morenista).
“El gusano barrenador, que ya ha provocado el cierre de la frontera norte al ganado mexicano, estaba erradicado al despuntar la década de los 90. Ahora vuelve porque la infinita corrupción de nuestras autoridades dejó que el contrabando de ganado desde Centroamérica creciera, al punto de que sólo uno por ciento de las más de 600 mil cabezas de ganado que entran por la frontera sur a México lo hacen formalmente.
“Por si esto fuera poco, los controles fronterizos se relajaron y la única planta en Chiapas para producir moscas estériles (esencial para erradicar la plaga) fue cerrada y luego el gobierno de López Obrtador realizó un gasto multimillonario en otra, pero nunca abrió. ¿Alguien rindió cuentas? Por supuesto que no. Mientras tanto, el país pierde diariamente 11.4 millones de dólares por concepto de exportaciones de ganado.
“Y así podemos seguir ejemplificando cómo el viaje al pasado que nos ofrece la Cuarta Transformación incluye no sólo la destrucción de la vida democrática, el Poder Judicial y la transparencia, sino el regreso de enfermedades y plagas de otra época. Todo sea para que el verdadero gusano barrenador, la corrupción, prevalezca.”
COLOFÓN
La casa de los espíritus. La ciudad de las bestias. El bosque de los pigmeos.
No, no, espere, no estoy hablando de políticos oaxaqueños.
Los anteriores son algunos de los títulos de libros de la gran Isabel Allende, que este martes 20 de mayo tendrá un estreno internacional más.
¡Por fin!, su libro: Mi nombre es Emilia del Valle, saldrá al público. Mucho más esperado e importante que los cambios en el gabinete estatal, podrán adquirirlo a partir de este martes 20 de mayo.
Allende crea su historia a partir de una periodista a finales del siglo XIX, en San Francisco, que enfrenta a los problemas de la época, escribe con un seudónimo masculino, hija de una monja y un aristócrata chileno, país al que viaja ya como enviada de guerra.
En su cuenta oficial, Isabel Allende nos cuenta: Una cautivadora e inolvidable historia de amor y de guerra, de descubrimiento y redención, protagonizada por una mujer que, enfrentada a los mayores desafíos, sobrevive y se reinventa. Emilia del Valle es desde ya un personaje inolvidable del universo más fértil de Isabel Allende, la saga Del Valle, que empezó con su obra maestra La casa de los espíritus y continuó con Hija de la fortuna y Retrato en sepia.
Para nuestros lectores que son fans de Isabel Allende, aquí un fragmento de esta fascinante historia:
El día en que cumplí siete años, el 14 de abril de 1873, mi madre, Molly Walsh, me vistió de domingo y me llevó a la plaza de la Unión a tomarme una fotografía, la única que existe de mi infancia, donde aparezco de pie junto a un arpa con el aspecto despavorido de un ahorcado, que se explica por los minutos que debí de permanecer sin respirar frente a un cajón negro y el susto que me llevé con el fogonazo de la lámpara. Aclaro que no sé tocar ningún instrumento, el arpa era uno de los polvorientos accesorios teatrales del estudio, junto a columnas de cartón piedra, jarrones chinos y un caballo embalsamado.
El fotógrafo era un hombrecillo bigotudo de origen holandés, que se había ganado el sustento con su oficio desde la época de la fiebre del oro. En aquel tiempo los mineros que bajaban de las montañas a depositar sus pepitas de oro en los bancos de San Francisco se tomaban retratos para enviarlos a sus familias casi olvidadas. Cuando del oro no quedó más que el recuerdo, los clientes del estudio eran gente encumbrada que posaba para la posteridad. Nosotras no entrábamos en esa categoría, pero mi mamá tenía sus propias razones para obtener un retrato de su hija. Por principio, más que por necesidad, regateó el precio con el artista. Que yo sepa, ella nunca ha comprado nada sin darse el gusto de pedir rebaja.
—Ya que estamos aquí, vamos a ver la cabeza de Joaquín Murrieta —me dijo cuando salimos del estudio del holandés.
Al otro lado de la plaza, la que daba acceso al barrio chino, me compró un bollo de canela y después me llevó a una taberna insalubre. Pagamos la entrada y recorrimos un largo pasillo hasta la parte posterior del local, donde un tipo patibulario levantó una pesada cortina y nos hizo pasar a una sala de cortinajes lúgubres alumbrada con cirios de iglesia. Al fondo había una mesa cubierta con paños negros y dos grandes frascos de vidrio. No recuerdo el resto de la decoración, porque el pavor me paralizó. Mientras yo temblaba de miedo, aferrada con las dos manos a la falda de mi mamá, ella parecía eufórica. En el primer jarrón flotaba una mano humana en un líquido amarillento y en el segundo había una cabeza de hombre con los párpados cosidos, los labios recogidos, la dentadura a la vista y los pelos erizados.
—Joaquín Murrieta era un bandido. Como tu padre. En general, así acaban los bandidos —me explicó mi mamá.
De más está aclarar que esa noche sufrí de espantosas pesadillas. Me dio fiebre, pero mi mamá consideraba que a menos que alguien estuviera sangrando, no había necesidad de intervenir. Al día siguiente, con el mismo vestido y los malditos botines, que ya tenían dos años de uso en mi poder y me quedaban bastante estrechos, recogimos la fotografía y nos fuimos caminando al distrito elegante de San Francisco, donde hasta entonces yo no había puesto los pies. Calles empedradas enroscadas en los cerros, casas señoriales con jardines de rosas arbustos recortados, cocheros de librea y caballos lustrosos, y ni un solo mendigo a la vista.
Mi existencia transcurría en el barrio de La Misión, en la multitud variopinta y políglota de inmigrantes de Alemania, Irlanda, Italia, los mexicanos, que siempre habían vivido en California, y un grupo considerable de chilenos que llegaron con la fiebre del oro en 1849 y varias décadas más tarde seguían siendo tan humildes como cuando inmigraron. Del oro, nada. Si pudieron conseguir algo en las minas de las sierras, se lo quitaron los blancos que llegaron después. Muchos regresaron a su tierra sin fortuna, pero con historias fabulosas que contar, y otros se quedaron porque el viaje de vuelta era largo y costoso. En La Misión teníamos fábricas, talleres, basura, perros sin dueño, burros flacos, ropa tendida y puertas abiertas, porque no había nada valioso que robar.
Ese peregrinaje con mi mamá al universo inalcanzable de la clase alta fue mi primer atisbo de que éramos pobres. No me refiero a la pobreza de pasar hambre entre ratones, como la que sufrieron mis abuelos maternos en Irlanda, sino la modestia de quienes viven al día. Hasta ese momento no me había fijado en la existencia de personas de mejor situación que nosotros, porque no tenía contacto con ellas, solo las veía de lejos cuando iba con mis padres al centro de la ciudad, lo que ocurría rara vez. Los coches con caballos relucientes, las damas con exagerados vestidos victorianos de vuelos, flecos y rosetones, los caballeros de chistera y bastón y los niños vestidos de marinero eran seres de otra especie. Nuestro barrio lo habitaba gente trabajadora, todos éramos más o menos iguales. Allí la mayoría de las viviendas albergaba a una o dos familias de niños descalzos, mujeres eternamente preñadas y hombres alcoholizados que intentaban ganarse el pan en diversos oficios. En comparación con nuestros vecinos, mi pequeña familia era afortunada. Tal como decía mi honorable padrastro, teníamos trabajo, cariño y dignidad, no necesitábamos nada más. También contábamos con una casita decente y carecíamos de deudas.
No me atreví a preguntarle a mi mamá a dónde íbamos, así que la seguí cerro arriba y cerro abajo aguantando las ampollas en los pies. En esa época Molly Walsh era una joven de rostro angelical, es decir, con la expresión beatífica de los mártires de las iglesias, y una voz cristalina de ruiseñor, que todavía conserva y resulta engañosa, porque es fuerte y mandona. En las raras ocasiones en que menciona a mi padre le cambia la voz, y en vez de su tono habitual algo plañidero escupe las palabras. Sin que ella lo dijera, adiviné que esa dolorosa caminata al barrio de los ricos estaba relacionada con él.
Llegamos jadeantes a Nob Hill, en lo más alto del cerro, con una vista panorámica de la ciudad y de la bahía de San Francisco. Nos detuvimos frente a la mansión más imponente de la calle, protegida por una alta reja de hierro coronada con puntas de flechas, a través de la cual vislumbré un jardín maravilloso con una fuente de piedra que vertía agua por la boca de un pez. Al fondo se alzaba una enorme casa color mantequilla con un porche de columnas y una puerta monumental de madera oscura flanqueada por dos leones de piedra. Mi madre dijo que era un esperpento de nuevos ricos, pero a mí me dejó boquiabierta; así debían de ser los palacios de los cuentos. Permanecimos frente a esa reja durante varios minutos recuperando el aliento, mientras mi mamá se secaba el sudor de la cara y se acomodaba el sombrero. De pronto, antes de que ella alcanzara a tirar del cordón de la campanilla, salió por un costado de la casa un hombre con traje negro y cuello almidonado, cruzó la vasta extensión del jardín en nuestra dirección y se dirigió a mi madre sin abrirle la puerta de la reja. Creo que le bastó una mirada para evaluar con precisión nuestra clase social, a pesar del esmero que ella había puesto en nuestra presentación.
—¿Qué se le ofrece? —preguntó en tono altanero con un acento británico tan cerrado que casi no le entendimos.
—Vengo a hablar con el señor Gonzalo Andrés del Valle —replicó mi madre, tratando de imitar la petulancia de ese hombre.
—¿Tiene cita con él?
—No, pero me va a recibir.
—Me temo que está de viaje, señora.
—¿Cuándo vuelve? —le preguntó mi mamá con el ánimo desinflado.
—No sabría decirle.
El hombre abrió la puerta, pero no nos hizo pasar, nos dejó en la calle. Sentí que nos examinaba de la cabeza a los pies y supongo que llegó a la conclusión de que no representábamos una amenaza o una molestia, porque adquirió un tono ligeramente más amable
—El señor Del Valle viene de visita a San Francisco de vez en cuando, pero vive en Chile —aclaró el inglés, y agregó que la familia no recibía visitantes sin previa cita.
—Dígame adónde puedo enviarle una carta. Es muy importante —dijo mi madre.
—Déjela conmigo, señora…
—Señora Molly Walsh —replicó ella, sin mencionar su apellido de casada: Claro.
—Me ocuparé personalmente de que llegue a sus manos, señora Walsh —le aseguró el hombre.
Ella le entregó el sobre que contenía mi fotografía y la nota en que le presentaba a Emilia, su hija. Esa no fue la última carta que le enviaría a mi presunto padre.
Me crié con la idea de que mi padre biológico era un chileno muy rico y yo tenía derecho a una herencia que el destino me había birlado, pero que Dios, en su infinita misericordia, pondría a mi alcance en su debido momento. La estrechez económica del presente era una prueba que me enviaba el cielo para aprender humildad, pero en un futuro yo sería recompensada, siempre que fuera obediente y virtuosa. La virtud se medía con virginidad y recato, porque nada ofende tanto a Dios como una chica ligera de cascos y desfachatada. En misa y al rezar cada noche de rodillas junto a mi cama, mi mamá me hacía pedirle a Dios que ablandara el corazón de nuestros deudores y que los perdonara en la medida en que ellos pagaban sus deudas. Habrían de pasar varios años antes de que yo comprendiera que esa bizantina oración se refería a mi padre…
NGE
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